Estuvimos en pausa una semana, internados en la casita azul de Río Claro.
Fernando, nuestro amigo que conocimos como guía turístico hace ya más de 1 mes, nos prestó esta casa que tiene y no ocupa. Ubicada en una población cercana al Río Lagarto, una casa chiquita pero con lo justo:
un ventilador, un colchón, mini refri, una planchita de 1 quemador tipo encimera, un par de mesas y unos cubiertos con platos plásticos, WiFi y Oso, el perro que nos cuidaba.

Gracias a que los 2 primeros días fueron de catarsis y lo vomitamos todo, nos fuimos desintoxicando de la experiencia en el Refugio y empezamos a disfrutar de la sencillez que ofrecía el lugar.
Con un calor abrazador que no daba tregua sino hasta la madrugada, todos los días caminábamos el kilómetro diario al pueblo, a tomarnos un fresco de cas (una fruta con sabor a pera-uva-manzana) o un jarrón de café.

Primer día de sensación de libertad/incertidumbre
De camino a nuestros 3 locales favoritos (la panadería, la cafetería y el pollo loco de buen sabor) nos tocó ver monos, un aracari (creisi tucán) e iguanas gigantes, eso además de conocer al señor que andaba en una bici morada en la que no pedaleaba sino que hacía ese mismo movimiento pero con sus manos, y en la espalda llevaba un canasto metálico que decía "Hago mandados". O al señor que nos dijo que caminábamos rápido, que notaba que no éramos de ese pueblo porque, como podrían ser los peruanos "acholados", nosotros nos veíamos bien blancos y los dos parecíamos de la misma mata chilena. En fin, amigos de la calle. Un día nos sentimos muy locales cuando en la cafetería apareció Will, uno de los chicos del fútbol del Refugio, que hasta se acercó a saludarnos y contarnos que su hijo había nacido recién y estaba emocionado comprando pancito.

Aquí Juan comiéndose un lagarto (es como una baguette de larga, pero plana y muy suave) el día que más llovió.
Después del refresco, pasábamos a comprar al mercadito lo que nos faltaba para cocinar, un menú delicioso para ser honesta, tallarín brócoli. Volvíamos a la casa de buen ánimo, nos hacía bien ver gente. Cocinábamos, y como cada día, instalábamos la mesita abajo del árbol. Oso nos acompañaba y después de comer, nos movíamos los 3 a la hamaca que cuelga al lado del canal que hay atrás de la casa. En ese lugar suspendíamos en el aire el problema por un rato mientras veíamos a la garza tigre que parecía estar anidando cerca y a los caballos regalones que se rascaban con la ceiba.

Era lindo cuando bajaba la luz y en medio de ese campo verde lleno de vacas empezaban a aparecer las luciérnagas y unos gordos y resbalosos sapos.
Para cerrar el día, un chorro de agua fría exquisita, ventilador en 3 y a ponerse a buscar qué hacer.
Ahora que les gustó el escenario, des-romanticemos lo que fue esta semana. Fue incómoda, a ratos desalentadora, lánguidamente calurosa por sobre todo, cucarachas muertas en el baño, los ánimos cabizbajos a ratos.
Al principio fue difícil armarse una idea de a donde iríamos a parar. Esta vez íbamos con otra intención, con la cosa más clara sobre qué transaríamos y qué no. Tocamos la puerta a muchos proyectos, y costó dar con respuestas. En ese transitar la incertidumbre de lo que vendría, nos dimos cuenta de que aquí los proyectos de conservación están principalmente en manos de extranjeros, quienes abren cupos a voluntariados, siempre pensando en otros extranjeros, ya que su trabajo no es retribuído con alojamiento y comida, sino que cada persona que quiera colaborar con los proyectos tiene que pagar al rededor de 300 dólares semanales.

Resultó que acorde corría la semana y contábamos nuestra historia a familiares y amigos, esa red que tanto pero tanto queremos, se empezó a movilizar y los contactos corrían vía Chile-CostaRica. En resumen, nos ofrecieron alojamiento gratis en 2 casas de playa, conversamos con una organización tica y estamos esperando que nos den el vamos para colaborar en 2 de sus proyectos de vinculación con comunidades remotas, y para coronar el huevitorico que se cocinaba, nuestro amigo Marco justo andaba trabajando en Osa, relativamente cerca de donde estábamos y nos ofreció ir a buscarnos.
Empezamos a ver cómo de a poco salía el solcito.
A veces cuesta aceptar la ayuda, ¿cómo pueden ser tan rajados? pienso yo. Pero decidimos tomar esas manos que se nos tendían, y juanu organizó todo para que el Viernes Marco nos pasara a buscar a la puerta de la casita azul.
En un regalón viaje de casi 5 hrs hacia el norte, recargamos energías de ese amor familiar que nuestro amigo tan ligeramente entrega. Paramos a almorzar en un lugar delicioso, el anhelado chopito del éxito. Disfrutamos de la vista selvática que cubre a Costa Rica completa, acompañados de un lujosamente frío aire acondicionado y música electrozampóñica, eso mientras afuera se rajaba lloviendo con 35°C.

Los chicos abajo de un abanico (mi planta fav de aquí) después de tomarnos unos filtraditos exquisitos.
Llegamos a Jacó, el balneario donde está una de las casas que se nos ofreció 💙 Nos despedimos con un nos vemos luego porque te llevas una de nuestras mochilas a San José, y agradecimos el riquísimo tiempo de calidad con ese mae.
Juan digitó la clave para sacar la llave, y aquí estamos, en una casa exquisita, equipadísima. Con sábanas. Con un colchón que no nos cuenta cuántas tablas hay abajo suyo. Con una ducha con chaya. Con aire acondicionado. Con un lavamanos blanco.
Llegamos y recibimos un audio de Fernando, el dueño de la casita azul. Nos estaba agradeciendo. A nosotros, que usamos su casa gratis 1 semana y le pedimos que nos rescatara del refugio. Nos estaba dando las gracias por haber dejado su casa más linda que antes. Y es que Juan se las ingenió para colgar la cortina del baño porque cuando llegamos no tenía y el baño se inundaba. O porque encontré una estructura en su patio que podía ser de secador de platos y dejamos ahí todo lavado. Le dejamos los jícaros que nos regaló Max, y adentro todos los ingredientes de cocina que tenía sueltos en diferentes partes.
Le devolvimos mínimamente la mano digamos. Y su audio me emocionó hasta el ojolloroso.
Estoy feliz. Porque tuvimos tiempo para reconectar con lo que queríamos, para reencontrarnos, recalcular, repetir la historia y pasarla en blanco a ver qué pasó. Nos vimos juntos en un escenario desafiante, y una vez más nos sorprendimos de qué se trata la cosa.
De Aceptarse.
De Quererse
y de saber situarse en los diferentes escenarios.

Habremos vivido en un pueblo narco 1 semana, sí, pero esa base sin mucho agasajo nos sirvió para partir de cero, dilucidar lo verdaderamente importante y confiar en la gente. La sensación de inseguridad también la construye uno, cuando por temor decides no responderle al viejuco de la esquina, no sólo te pierdes una cháchara valiosa, sino también un aliado en toda esta historia.