Quiero empezar diciendo que no está nada fácil escribir hecha sopa. 28°C y su 100% humedad, escenario perfecto para que, aunque en chalequín de repelente, mi pH dulcito pase a ser el cocktail más preciado entre los mosquitos.
Sábado a las 18.10 pm y ya se fue el sol, empezó la rumba con la orquesta sinfónica de sapos, el baile de los murciélagos en el techo de la Casa Grande y junto con mi pantalla, las luciérnagas y los relámpagos son la única luz del lugar.
Recién llegó René a su guardia nocturna, Alexander en su escritorio, Juan y yo sentados en el mismo lugar desde las 11 de la mañana. La vista es adictiva y cambiante.
Llegamos el Viernes en la tarde, después de 40 min de viajar en avioneta desde San José, trayecto en el que agradecí el Melipass que andaba trayendo de chiripa. Después de habernos dejado una maleta abajo por guatona, el vuelo a tope con los 12 pasajeros y una inmensa nube blanca que rodeaba la totalidad de las ventanas, me puse audífonos y Juan me pasó unos skittles que le dieron mejor sabor al despegue. Aunque susti, debo decir que la vista desde esa chatarrita era fascinante, por un lado el Pacífico, por el otro el más puro bosque verde.
Afuera de la reja que delimitaba el aeropuerto con la calle está Mito, el chofer del refugio. Entramos por un camino de tierra que lo bordeaba un parque nacional, y llegamos al fin a puerto. Nos recibió Max, la mano derecha de Alexander, el dueño del Refugio quien nos esperaba en la Casa Grande. Marjorie prepara el almuerzo. Alexander nos invita a sentarnos en el living y nos ofrece unas cervezas y vino chileno. Es un banquete vegetariano tipo 5 pm, última comida del día.
El sábado se trató de entender el lugar, los senderos de selva que están dentro del refugio. Se trató de adaptarnos físicamente al calor, a los horarios de luz, de comida. Se trató mucho de conversar con Alexander sobre sus proyectos, su vida, sus expectativas de nuestra visita. De sorprenderse por los patitos que viven en las casas de madera que les construyó, las tortugas al sol o Hamlet, el recién bautizado lagarto obelisco que visita la casa desde hace un par de semanas.
En la imagen Sergio by Juan
Empezamos con la, ojalá rutina, de visitar la selva de noche a ver con qué bicho nos pillamos. Pero hasta el momento, entiendo que aquí y en la quebrá del ají, al animal que más hay que temerle es al vecino humano.
Ya es Domingo, ya dormimos mejor gracias al ventilador, ya cada uno empezó su cosa, Ya se siente un poco más la casa. Ya recién vuelvo a sentarme porque llegaron los monos y Alexander me pegó un grito pa que no me perdiera el espectáculo.
Abrigarse con calor es la moda por acá.
Eso por ahora.
Pura Vida