La conversación: punto de inicio para la conservación
Cuando era chica, hasta como los 5 años, llegaba a la casa de mis abuelos y me preguntaban ¿vas a hablar hoy día? La respuesta era siempre negativa. Hasta que un día me preguntaron cómo estuvo la torta de cumpleaños de mi hermana, a lo que para sorpresa de todos respondí que asquerosa.
Fue la primera vez que permití a mi familia escucharme la voz, conocer mi opinión.
Quién lo hubiera dicho, fue la primera piedra que puse para construir mi camino como conservacionista.



La anterior no es sólo una anécdota vieja que me hace tomar nota sobre algunos rasgos de personalidad que quizá sería apropiado levantar en terapia, sino también un punto de partida para mi interés por la conservación de los ecosistemas.
Dada la definición de conservación que apunta a la protección de los animales, las plantas y el planeta en general, buscando garantizar la subsistencia de los seres humanos, la fauna y la flora, evitando la contaminación y la depredación de recursos, es que siempre lo vi como un tema reservado para biólogos y filántropos, reservado para esas personas que se saben los nombres científicos de las cosas. Pero yo no soy ninguna de las anteriores, entonces ¿no puedo conservar?
Me huele que esa autoexclusión tiene su origen en nuestro sistema educativo, que nos hace elegir a temprana edad entre ciencias sociales o naturales. Cero a la izquierda para física, química y biología, mi fuerte siempre fueron la literatura y las artes, por lo que ahí quedó olvidada mi alma exploradora bichóloga con la que me vine a encontrar a mis 30 años, en los 2 meses que llevo viviendo en Costa Rica.
Mucho hablan los proyectos de conservación sobre la relevancia de vincularse con las comunidades, pero viví desde adentro un ejemplo de proyecto en el que las personas que aportaban a la iniciativa no tenían voz ni voto, en el que a la comunidad se le hacía creer que era parte de la labor conservacionista, pero en realidad se estaba controlando cada paso que dieran, porque no se fueran a subir por el chorro exigiendo cosas. No fue hasta que conocí el trabajo de Costa Rica Wildlife, una fundación que promueve un tipo de conservación basada en la vinculación con la comunidad, entendiendo que sólo será efectiva la labor si se realiza una correcta construcción de redes entre personas. Y para eso, utilizan la ancestral herramienta de la conversación. No creo mucho en las coincidencias, por lo que ni se les ocurra pensar que el alcance gramatical y fonético de las palabras Conversar y Conservar es un chiripazo del destino...alguna relación tenían que tener.
Para adentrarnos un poco más en el contexto medioambiental en el que estamos, y el sentido de urgencia que muchos sentimos para ponerle reversa, o al menos apaciguar, el desastre ecológico, les voy a describir el fenómeno como si fuese un ser humano...en una de esas si lo personificamos a algun@ le toco la tecla correcta y le empiezan a dar las mismas ganas que a mí de reducirlo con una buena llave china.
A continuación la biografía evolutiva del personaje:
El bebé Efecto Invernadero, no tiene una fecha de nacimiento clara, se le atribuyen diferentes progenitores, pero me quedo con la siguiente versión.
Nació en 1859. Se creía que su padre había sido el físico irlandés John Tyndall, pero que ingratitud ¿acaso no tenía madre? No fue sino hasta el 2010 que un geólogo curioso descubrió que, una vez más la historia pecaba de machista, pues en realidad el pequeño Efecto Invernadero era hijo de Eunice Newton Foote, científica estadounidense y pionera activista por los derechos de la mujer. Se corrigió entonces la fecha de nacimiento del susodicho, el pequeño Efecto vio la luz por primera vez en 1856. Ya entrado el 1900, tomando forma de niño, algunos lo apodaron Cambio Climático. El carajillo proyectaba una pubertad que subiría un par de grados el cuerpecito de todo aquel que osara rodearlo. Entrados los '70, plena adolescencia y bien suelto de trenzas, el muchacho se movía al rededor del planeta, calentando y enfriando a la vez, por lo que como buen malechor, era conocido a nivel mundial y tenía nombre artístico: Calentamiento Global. Con un comportamiento que sólo empeoraba, Calentamiento se sublevó y a la fecha de Julio 2023, don António Guterres (cabeza de la ONU) se refiere al personaje como un fenómeno nefasto, repelente y lo tilda de Ebullición Global. En esa estamos hoy, en el período de Ebullición.
Ahora bien, convengamos que esto no es algo que "nos pasó" deliberadamente. La humanidad es responsable del crecimiento descontrolado de este monstruo que hoy amenaza no solo la vida de nuestra propia especie sino de todo ser vivo que habite en el globo.
¿Qué hicimos mal? Según NatGeo"La evidencia científica declara que la actividad industrial humana ha causado la mayor parte del calentamiento global del siglo pasado mediante la emisión de gases de efecto invernadero, que retienen el calor y cuyos niveles son cada vez más altos...Ahora los humanos han aumentado la cantidad de dióxido de carbono en la atmósfera más de un tercio desde la revolución industrial."
Con que la industria huh?...bueno, conocemos algunos comportamientos esperables de consumo, del tipo reduce, recicla y reutiliza, pero ¿quién se hará cargo de combatir al condenado dióxido de carbono, metano, óxido nitroso y todos los perversos gases fluorados? No es mi intención alarmar, más bien ponernos a todos a sabiendas de la gravedad del problema, por lo que cierro este ítem considerando que ya se han establecido 9 puntos de no retorno de cambio climático, es decir, los lugares más vulnerables de la Tierra (si te intriga checa aquí)
Esta propuesta de conversar para conservar no es un invento mío, se me ocurrió como un chispazo claro, pero empecé a hablarlo con algunos amigos aquí en Costa Rica y descubrí que no soy la única a la que le llegó el llamado. Desde mi lugar no-científico, hago una invitación a que nos responsabilicemos de la difícil situación actual y entendamos la conservación no sólo como la acción de proteger radicalmente como bolas de cristal aquello que aún queda vivo, sino como el acto humano de dialogar. Siempre hemos buscado la diferencia entre el resto de los animales y nosotros, llegando a concluir que es la capacidad de raciocinio lo que nos posiciona en un nivel de desarrollo exponencial, y sí, mucho de eso, que también ha sido esa misma característica la que nos ha hecho sentir sobrenaturales y con derecho a sobre explotar los recursos.
Ahora me pregunto ¿alguna vez has visto a dos caballos conversando? No hablemos de la comunicación entre ballenas, que ese es maíz de otra mazorca, pero aprovechemos esa capacidad de articular frases, comunicar ideas y transformar emociones en palabras para, de una buena vez, trabajar en conjunto como raza y contribuir a que el resto de las especies que no pueden ponerse de acuerdo, y tampoco les corresponde, zanjemos un plan de cómo curar la herida a tajo abierta que le hicimos al planeta.
Vamos de lo específico a lo general, tengo 3 ideas complementarias, pa que conversemos:
Lo primero es entender nuestra individualidad y responsabilizarnos de ella. Existen diferentes maneras de tomar cartas en ese asunto, pero creo que todo se resume en poner en palabras las emociones. Eso ayuda un montón para iniciar ese camino infinito de entenderse a un@ mism@, nuestra historia y experiencias que nos dejan a todos con cosas lindas y otras más difíciles. Escribir para aterrizarlo claro que sirve, pero me parece que llevar el desafío a un siguiente nivel implicaría la socialización de lo que nos está pasando con alguien de confianza, ya sea con un experto de la salud mental, un familiar o un amigo. En esa conversación se esperaría que quien escucha logre algún grado de empatía y quizá incluso movilización por colaborar y construir junto a nosotros la mejor versión de un@ mism@.
Aquí llegamos al segundo tema, y es que si logramos construir relaciones sanas desde adentro hacia afuera, es mucho más probable que tendamos a la construcción del bien común. Me suena un poco raro estar diciendo esto, suena elevado y ajeno a ratos. Pero se pone lógico cuando se vive. La vara esa de limpiar las relaciones que nos rodean, de compartir con quienes podemos construir.
Y para terminar, volver a posicionar a la humanidad como parte de un ecosistema. Nuestro rol en la naturaleza ha sido históricamente de facilitadores de sus procesos, podemos utilizar nuestras conexiones neuronales para satisfacer nuestras necesidades de manera responsable con el medioambiente, entendiendo a su vez que si nos ponemos ansiosos, si queremos hacer muebles hermosos y talamos todos los almendros de montaña, los papagayos verdes se extinguen, y cortamos cadenas tróficas y destruimos ecosistemas y ya saben lo que va a pasar si ese tal Ebullición Global se le ocurre seguir creciendo...
Aquí es donde la conservación se abre como un tema transversal a todas las personas, independientes de su profesión o intereses.
Como mi amiga bióloga Calíope, tan bonito dijo en la entrevista que le hicimos: "A las personas que quieren involucrarse en el mundo de la conservación, no importa el campo en el que se hayan desarrollado, incluso si no has estudiado nunca nada relacionado a la ciencia, siempre se puede colaborar un montón. Cada mano cuenta"
El primer paso para remar todos hacia el mismo lado es entablando relaciones y construyendo vínculos. Esto se logra a punta de conversación. Y que yo sepa, todos, incluso Sofía de 5 años, todos queremos compartir nuestra opinión y declarar nuestras necesidades. Que yo sepa todos queremos poder seguir teniendo contacto con la playita, la montaña o el campo. Que yo sepa, todos queremos seguir viviendo en este planeta. Hago un llamado soltar la conversa honesta, responsable y constructiva, que permita diferencias de opinión. Empezar una buena conversa puede ser reconocer explícitamente el trabajo de alguien, pedir perdón por alguna bala pasada y reparar, preguntar a los demás cómo están sus familias...entre las miles de maneras que existen. Para conservar no hay que hablar de ciencia precisamente, pero sí me parece importante revalorizar el lugar que ocupan los vínculos sociales para con el destino del medioambiente.